» El que quiera saber bien lo que es morir por la Patria, puede aprenderlo en Gijón, en el Cuartel del Simancas»
Editorial por Luís Fernández-Villamea
La mitad más uno.
El poder es un elixir embriagador. Por él se roba, se miente, se difama… se mata. Y en el día de hoy, también se profanan la memoria y los muertos. Sólo falta uno: el Rey. Pero como decía el castizo: «¡Que vaya rezando lo que sepa!». La batalla la está ganando el trasunto electoral que hace posible la victoria efímera y mentirosa del «hombre masa» de Ortega, que es el sistema métrico decimal de la política: la mitad más uno. ¡Qué distancia moral y cultural con aquella otra que rezaba: «Dios y yo, mayoría absoluta»!. Pero Dios, hoy día, tanto en el aspecto espiritual como cultural, es cosa de incultos, de exaltados, de cavernícolas o de «fascistas». ¿Se acordarán los sabios expertos opinadores de hoy de los Pactos de Letrán de Mussolini? Entre el texto de estos últimos y algunas encíclicas recientes se pueden encontrar notables diferencias en aquél a favor del espíritu. Y como diría Pedro Sánchez sobre su poder inapelable sobre los fiscales: «pues eso…»
Llevada esta película al escenario propio, una cosa es España como nación y otra el poder político. Éste se consigue sólo a través del mandato electoral, que exige la mitad más un voto. Lo que se ventila, a partir de ese momento, es conocer qué es más sustantivo: si lo primero, la nación, o el poder por sí mismo, no para gobernar dicha nación con patriotismo: al contrario, aniquilando leyes y destrozando principios -morales, políticos, legislativos, sociales-, ejerciendo ese mando brutal y tiránico al que no le importa vestirse de lagarterana o proclamarse sodomita, lesbiana o hermafrodita, con tal de coseguir su empeño. En eso estamos en este momento. Lo malo es que la decisión final se la dejan al hombre masa, y éste se encuentra cauterizado por la propaganda tóxica de los enemigos de la humanidad, que están expuestos hoy en el altar de los Parlamentos o de influyentes medios comunicadores como el santísimo laico de nuestros días.
Así, solución imposible.
Sánchez no tiene escrúpulos -se dice-, pero ¿los tuvo Suárez en su momento? ¿Los tuvo Aznar arrojándonos a una guerra tras las Azores que produjo después el dolor infinito de los trenes de Atocha o el Pozo del Tío Raimundo? ¿O el nieto del capitán Lozano, no asistiendo en Compostela a recibir al Papa de Roma que, además de ser el vicario de Cristo para millones de españoles, incluso de los suyos, es también Jefe de Estado? ¿O muchos otros como Zapatero y su antecesor
partidario, consintiendo robos a mansalva a los trabajadores o a las arcas del Estado de una manera impune en la práctica?
La diferencia estriba en que Sánchez, para cumplir con la Constitución, tiene que ir por la senda de «la mitad más uno», y los demás no. Y esa mitad más uno ponerla en manos de fugados, malversadores, chorizos y pistoleros. Y por si fuera poco, también en socios de Gobierno que pretenden instalar el comunismo de Estado mediante el besuqueo aguileño y el sobo profesional. Suárez fue otro experto en dicha técnica, pero contando con el impulso regio y el favor real. Lo que diferencia al actual presidente en funciones es que va pensando en cómo configurar la república federalista de Companys; no alcanzo a imaginar si con las mismas consecuencias de aquélla en los paredones de Montjuic.
Otro sistema electoral.
Queda meridianamente claro que lo que no puede ser es que apenas un millón de votos del total de los emitidos en España, que fueron 25 millones más, organicen la vida de un pueblo y aniquilen su soberanía. Y que esa «mitad más uno» de la ley electoral sirva para establecer la forma de vivir de 47 millones de seres. Va siendo hora de pensar en que la mitad más uno de los sufragios no sufraga el bienestar de un pueblo. Las encuestas están certificando de manera abrumadora en Chile, ahora mismo, en el 50 aniversario de la llegada de Pinochet al poder en 1973, que bastante más de la mitad de los habitantes de este país, que no vivieron aquello, está de acuerdo con él y con sus casi 20 años de transformación económica y social, en una de las naciones más prestigiosas del hemisferio hispánico. La pregunta salta sola: ¿Y por qué están gobernados por un comunista de barricada?
La actitud moral del que ejerce el poder quedaría limitada, con otra ley electoral, a la mínima expresión. Si el actual inquilino de La Moncloa quiere perpetuarse en la propiedad «okupada», a base de dádivas, ofertones o semanas fantásticas, el matonismo rampante de otros con los mismos instintos inmorales que los suyos se lo van a consentir. Unos apelando a Wifredo lo Peloso, otros al Tratado de Vergara de las guerras carlistas, bastantes más al tiro en la nuca del pasado más reciente, y los más incisivos y contundentes a las barricadas anarquistas, a la mugre monflorita o a la picardía gramsciana del beso y magreo consentido y estimulado. El arzobispo de Oviedo ya se ha dado cuenta de la jugada y la ha denunciado desde el altar. Por ahí podía empezar la cosa. Me acuerdo de la escena final de «La muerte tenía un precio»: «Indio, tú ya conoces el juego». Y el coronel retirado manda al vil delincuente a la eternidad.