España, evangelizadora de la mitad del orbe, España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio, esa es nuestra grandeza y nuestra unidad… No tenemos otra.
Marcelino Menéndez Pelayo
Yo me pregunto, utilizando una expresión francesa, ¿España se encuentra bien en su piel? Yo diría que no, pues entiendo que a la mayoría de los españoles no les gusta la ordinariez reinante, la falta de orden y de respeto, la ofensa llena de odio a todo lo que es España, sin límites, con plena inmunidad y con un afán manifiestamente destructivo. Creo que, sumado a lo anterior, son motivo de profunda inquietud las autonomías y la corrupción.
Tampoco creo que los españoles, en general, estén satisfechos de su situación presente y vean con optimismo su futuro, y menos aún el de sus hijos. La seguridad civil ha pasado a ser motivo de seria preocupación, y no digamos en aquellas regiones de nuestra geografía en donde el o lo español está en continuo riesgo y abandonado a su suerte por el poder gubernativo. Con los graves problemas surgidos a lo largo del tiempo, los españoles han ido conociendo, con sorpresa, los importantes errores y trampas de los que adolece nuestra Constitución. Está claro que hay un manifiesto rechazo a la acción política y un desprestigio generalizado del estamento político. El español hoy vive preocupado, no es un ciudadano feliz. Yo diría que sólo confía en las Fuerzas de Seguridad del Estado y en el poder judicial.
Rememoremos por un momento décadas del siglo pasado.
Al morir Franco, el pueblo español, irremisiblemente y a marchas forzadas, se empapó de democracia, porque lo que no es discutible es que bajo su mandato nadie -salvo algunos intelectuales, o perdedores resentidos, o aspirantes a políticos y honrosas excepciones- parecía inquieto por no regirse España por el sistema político que los vencedores de la II Guerra Mundial impusieron prácticamente en todos los países del mundo, exceptuando los de la órbita comunista: ¡la democracia! Conviene recordar que esa imposición de la democracia, como es sabido, ha llevado a muchos países directamente al caos, a devastadoras guerras y a horribles emigraciones; pero curiosamente no se oye, al no ser políticamente correcto, que esa imposición haya sido el origen de tanta tragedia.
Se puede decir que España fue una excepción en el mundo, excepción por cierto muy fructífera y muy bien llevada por los españoles y muy mal vista por el extranjero. Sí, vivíamos muy felices, en paz, libertad, orden y seguridad, en un ambiente donde reinaba la educación y el respeto; estudiamos, trabajamos, luchamos, creamos nuestras familias, ahorramos y progresamos, nos sentimos orgullosos de nuestra independencia y soberanía, siendo conscientes de que, sin ayuda de nada ni de nadie, estábamos levantando España a cotas insospechadas.
Después de lo dicho me vuelvo a preguntar ¿España se encontraba bien en su piel en esas décadas del siglo pasado? Para los que no vivieron esos años, la tozudez de los hechos, las estadísticas y los numerosos reportajes de la época con el pueblo manifestándose clamorosamente, dan una contestación que no ofrece duda.
España, desde la Transición, lamentablemente, marcha por una senda que mayormente viola sus señas de identidad.
Cada nación tiene sus señas de identidad forjadas en su historia. Las de España, además de ser muy profundas, son muy diferentes de las que existen en las demás naciones. España, a lo largo de su historia, debido a su poderío, a la defensa de la fe católica y a todo lo que ello lleva consigo, ha estado en muchas ocasiones, y por largos periodos de tiempo, en el punto de mira de naciones aliadas, lo que nos ha diferenciado del resto, mientras que esas uniones, en cierta medida, las ha acercado entre sí.
A la Leyenda Negra se suma, desde los años 30 del siglo pasado, el ser España el único país del mundo que se enfrenta y derrota al comunismo en el campo de batalla, lo que suma un hecho diferencial más, y no de menor importancia, a nuestras señas de identidad respecto a las demás naciones.
Es posible que esta sea la razón por la que, cuando España “camina por sus fueros”, el resto del mundo clama incansable contra ella y, por el contrario, cuando se rige por normas que nos son ajenas, España se hunde con la felicitación internacional por nuestro “buen hacer”.
Juan Pablo II: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes… “
Este “grito lleno de amor” lo lanza, el hoy San Juan Pablo II, curiosamente desde España, curiosamente a los pocos años de la aprobación de la Constitución española y, curiosamente también, haciendo referencia a señales de identidad sustancialmente españolas.
Confiemos en que España, una vez más en nuestra historia, vuelva a sus fueros y, recuperando su grandeza, vuelva a sentirse bien en su piel.