Ante la voluntad de un gobierno legal, pero ilegitimo, en su ejercicio de profanar tumbas por motivos políticos, centrado en nuestro Generalísimo Francisco Franco, se cumple el final diseñado, allá por el año 1985, de volver a la II Republica, mediante cuatro fases:
1.- Para ser considerado demócrata tienes que ser antifranquista.
2.- Hay que repudiar y abominar del franquismo en sede Parlamentaria, encarnación de la soberanía popular y legitimadora, según sus tesis, de todo. Lo hizo Aznar en 2003, a la vez que otorgaba la ciudadanía española a los supervivientes de las Brigadas Internacionales, como “defensores de la libertad”.
3.- Promulgación de una Ley de Memoria Histórica que firmaría el Rey y que suponía, de iure y facto, un totalitario borrado de la historia.
4.- Una nueva Ley de Memoria Histórica con la que culminar el proceso, convertida en los chiringuitos autonómicos en “ley de la memoria democrática”, mediante la cual se adoctrina en las escuelas, colegios y medios de comunicación social, a la vez, que se prohíbe, impide y penaliza “por apología del franquismo” a quien ose oponerse a semejante “dictat”. Además se crea la orweliana “comisión de la verdad” encargada de velar por lo que diga y piense la ciudadanía, los docentes y los medios de comunicación. La granja perfecta y fin del ciclo de una civilización milenaria.
Esta realidad conviene señalarla porque la manipulación del pasado viene asentándose más allá de lo puramente académico y entraña consecuencias políticas muy graves en el presente. La guerra no ha sido enseñada ni asimilada adecuadamente por la sociedad española, y de ahí el resurgimiento de viejos fantasmas, y la utilización torticera del pasado con fines partidistas, con el peligro de que, como en Las Coéforas de Esquilo, citado por Ortega, “los muertos maten a los vivos”. Porque nadie parece interesado en explicar, en las circunstancias histórico temporales ¿Cómo se llegó a la guerra? ¿Qué posiciones políticas e ideológicas defendía cada bando? ¿Por qué ganaron los nacionales? ¿Cómo influyó la guerra de España en el resto de Europa y la situación europea en España? ¿Cuáles fueron las consecuencias, y cuáles permanecen hoy? ¿Por qué la democracia ha tenido tantas dificultades para fructificar en España y en gran parte de Europa?…
La izquierda, entonces, aspiraban a varios tipos de revolución: sovietizante, anarquista o “burguesa”; y los separatistas a disgregar o balcanizar España, pero aún así coincidían en dos puntos básicos: a) los separatistas atacaban la unidad de España, mientras las izquierdas, sin compartir esa aspiración, tampoco consideraban un punto esencial la permanencia de la nación española. b) Todos ellos, con mayor o menor empeño, trataban de erradicar a la Iglesia y la cultura tradicional cristiana, como demuestra su participación en la persecución religiosa. A ese bando se le ha llamado, de manera impropia, “republicano”, lo cual
supone una falsificación de principio, porque él había destruido, precisamente, la legalidad republicana.
Sus adversarios se autodenominaban “nacionales”, porque se componían de fuerzas políticas diversas y a veces contrarias, pero coincidentes en torno a la unidad de España y la tradición y cultura católicas, invocaban la unidad y continuidad de la nación española. Estos fueron los ideales o ideologías en pugna. Falso resulta la interpretación de que la guerra gira en torno a la democracia: las izquierdas y separatistas defenderían la democracia, “la libertad” y los nacionales la reacción fascista y oscurantista. ¿Qué hay de verdad en ello?. En nuestra guerra civil, quienes han escrito las versiones más divulgadas, aún hoy, han sido los simpatizantes de los vencidos: hasta la están imponiendo sus versiones por la “ley de memoria histórica”, propia de regímenes totalitarios y que el historiador Stanley Payne ha caracterizado como “semisoviética”. Sostenía Ortega que “la realidad no se nos presenta como un amontonamiento de datos”, pues nuestra mente ejerce sobre ellos una inmediata ordenación: los relaciona y jerarquiza en un marco más amplio para darles sentido; de lo contrario la mente se perdería en un caos de impresiones. Este fenómeno se percibe bien en relación con la guerra civil española, que el historiador Paul Johnson ha calificado como uno de los sucesos más falseados de la época.
La enorme bibliografía generada en varios idiomas, denota que aquella guerra ha sido uno de los sucesos clave del siglo XX. Es también significativa la vehemencia que sigue despertando la oposición democracia/fascismo, cuando este último pereció desastrosamente hace setenta años y no ha resurgido desde entonces, salvo manifestaciones marginales. Otra razón es la peculiaridad del pasado español: En los siglos XVI y parte del XVII España desempeñó un papel estelar, y luego sobrevino una decadencia, acentuada en el siglo XIX, relegando al país a un puesto secundario o terciario. Tal declive ha llamado la atención en el exterior y provocado disputas intelectuales y políticas en el interior, sobre todo a partir de la derrota frente a USA en 1898. La guerra de 1936-39 podría explicarse como efecto de la depresión creada por esa derrota.
Pero lo que resulta mas atractivo ha sido el resultado y el sistema político que impulsó el régimen vencedor de la guerra civil, es decir, la implantación de un régimen católico y sindicalista, en lo social, con evidente y real espíritu revolucionario que transformó España, convencionalmente llamado franquismo, lo que despertó amenazas, hostilidad y semi-aislamiento casi universales, al achacársele afinidad con los estados nazi y fascista arrasados en 1945; y que sin embargo fue capaz de sostenerse contra viento y marea durante su mandato de 40 años. No solo el franquismo resistió, sino que terminó reconocido por todos los gobiernos, excepto aquellos que el régimen no quiso reconocer, y con una de las tasas de desarrollo económico más altas del mundo durante quince años, desafiando numerosos prejuicios ideológicos. Otro dato significativo y generalmente pasado por alto es la práctica ausencia de oposición democrática a aquel régimen.
Pero la “mentira profesionalizada” con que el filósofo Julián Marías calificó el antifranquismo, nos ha llevado al actual tiempo difícil en que nos encontramos, no sólo para la lirica; sino también para la filosofía, la historia, la política y hasta para la civilización occidental y cristiana, consecuencia de la cobardía, inhibición, falta de previsión, rearme moral y solvencia intelectual, con el que las generaciones posteriores al franquismo no han sabido defender su legado, logros y enseñanzas para que el futuro no estuviera, en el pasado, escrito.