EDITORIAL

Stanley G.Payne es un historiador norteamericano doctor por la Universidad de Columbia. Y después profesor por la de Wisconsin-Madison. Yo le leía en los años 60-70 del pasado siglo porque se interesaba mucho por las cosas de España. Y además porque destilaba objetividad, sin inclinarse por nadie, aunque en aquellas fechas sólo hablaba de la guerra y de sus consecuencias. También de sus combatientes, grupos ideológicos o milicias. Me sedujo su criterio de bisturí atrevido que se introduce en el seno del alma del combatiente y en las razones de un pueblo para empuñar las armas. Para mí, sin querer con ello hacer un juicio de valor, se trataba de un profesional de la historia que intentaba estudiar la carcasa de lo español sin ninguna otra influencia que aquella que no sólo se ve sino que se palpa. Y además tuvo la elegancia de escribir que debía agradecer a las autoridades de entonces el tener los archivos abiertos para los extranjeros, aunque no así para los españoles.

Muerto Franco, al que trataba con frialdad expositiva, siguió ocupándose de las cosas de España. Y los combatientes de sus libros dieron paso a las realidades políticas y sociales de la que se bautizó como Transición. Trabajó mucho en lo bibliográfico para tratar de explicar un recorrido de lustros, que a algunos interesados nos ha sido más fácil entender porque lo hemos vivido en paralelo. Y en alguna que otra ocasión como testigos presenciales, y como víctimas propiciatorias. Estudió bien el pasado hispánico, y más tarde se adentró en la jungla de la prosa diaria de nuestra historia más reciente. A su lado crecían más en número de ventas otros escritores neuróticos en obsesiones, tipo Viñas y su general Balmes, Gibson y su carísimo desaparecido e infructuosamente buscado García Lorca, Preston y su truculenta búsqueda del Franco africano o Santos Juliá y su alucinante y estremecedor recuento, reparto y autoría de muertos en nuestra guerra de 1936-39 y posterior represión justiciera.

La realidad

Pero a partir del 20 de noviembre de 1975 España vivió otra realidad. Se abrieron de golpe todas las compuertas de las 500 represas que levantó el régimen del 18 de Julio y el agua rompió los aliviaderos con estruendo atronador. Hubo Reforma Política atacando principios, no leyes. Esto último se solucionó con un simple «de la ley a la ley», sacudiéndole un sopapo monumental al orden natural, que los ignorantes y los interesados malversaron con un perverso «»viene de tiempos de la guerra» lo que es el alma del Derecho, desde que se nace hasta que se muere. Y los más de 500 procuradores, con apenas unas escasas decenas de votos en contra, se hacían un harakiri de rito solemne, degollador, palpándose en la sala el golpe seco de la guillotina jacobina sobre las cabezas girondinas, desbordantes de alegría, en los patíbulos bordeleses.

Había allí juristas eminentes, catedráticos de lujo, diplomáticos de muchas embajadas, generales victoriosos, trabajadores y empresarios curtidos en la empresa que surgía de la nada industrial, profesionales destacados en muchas materias… Y políticos que el día anterior eran los garantes del cofre del Cid con todas sus llaves funcionando y al siguiente despertar se encontraron con el mundo al revés. En ese momento entró el historiador norteamericano de Madison: «No se trata de hacerlo mejor o peor; se busca hacer exactamente lo contrario a lo establecido. Sin más». Cuando Payne escribía esto había participado y asistido a los últimos 40 años en medio de un estudio pormenorizado y concienzudo de la vida de España, con lectura de decenas y centenas de libros de personalidades españolas y políticos de la Transición, con la consulta de biografías autorizadas y no autorizadas, mediante repaso económico exhaustivo de los procesos en producción y análisis frío y desinteresado de una nación -como se demostrará- en retroceso.

La decadencia

De Suárez a Sánchez han transcurrido ocho lustros largos de nuestra existencia. Han dado como fruto unos dirigentes en la jefatura del Gobierno con unas limitaciones intelectuales clamorosas. Y eso porque no vienen del talento de la Universidad -aunque hayan cursado carreras- sino del trajín de los partidos. Y, además, todos ellos han tenido que contar con el principio político -éste con carácter y condición fundamental- de un sistema nacido de un perjurio consensuado, es decir, consentido, y una singladura monárquica de agitadas características. El recorrido previsto para este periodo de más de 40 años, según el patrón previsto con los moldes establecidos en los 40 años anteriores, tendría que haber repercutido en otros resultados en el orden moral, político y económico. El empujón de la Unión Europea ha sido capital en dicho trasunto, pero ha obligado a discurrir por veredas infructuosas a países con pedigrí histórico. Y a tomar decisiones o alentar conductas económicas que no se consienten en un mundo civilizado.

Por ello, el final de ruptura de unidad territorial de España, que se vislumbra por doquier ahora, no es patrimonio de Pedro Sánchez, aunque éste lo proponga y escenifique ya de una manera abierta. Comenzó con Suárez cuando colmaba de carantoñas a un Arzallus que también proponía independencias, aunque recogiendo las nueces que le agitaban las balas de ETA. Y con Jordi Pujol cuando éste embanderaba una acción parlamentaria y económica que convertía a Cataluña en una avanzadilla social amparada en los fondos del Estado y en las trampas de la Generalidad. El periodo de Aznar o Rajoy, con guerras de Iraq y Cataluña a sus espaldas, fue tan nefasto como el de González y Zapatero, con el arte de Rinconete y Cortadillo entre las costuras de los suyos. Todo ello, eso sí, puesto en los altares de las glorias por una plaga aviar de cronistas llenos de mierda a tanto la página.

Es lo que ha reflejado de manera científica, culta y sin estrabismos visuales ni fanatismos esquizoides ese escritor cercano a los cinematográficos puentes de Madison.

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