Periodista, director de Fuerza Nueva
La Ley de Memoria Democrática, vigente a partir de estos días pasados, es el producto de la revancha y de la compensación. A 83 años de finalizada la guerra la palabra democracia envuelve un léxico con sabor a comunismo de barricada. Exactamente igual que en aquellos días del Madrid de 1936-39 con las huestes de Ángel Pedrero, quien a través del SIM sometía a los madrileños a una persecución implacable y letal, pero siempre en el nombre de la democracia. Nunca del comunismo, del socialismo o del anarquismo. Siempre demócratas ante todo.
La lección viene bien para el actual caso del Valle de los Caídos, donde la Asociación para La Defensa del Valle de los Caídos, en colaboración con la Asociación para la investigación y Protección del Patrimonio Histórico San Miguel Arcángel y la Asociación para la Reconciliación y la Verdad Histórica, defienden el conjunto monumental y trabajan con denuedo y valentía por proteger a través de la propia ley, del sentido común y del valor intrínseco y sobrenatural que representa. Se llega a la aberración de poner en duda que aquel recinto de Cuelgamuros no es un Bien de Interés Cultural, cuando en su seno se recogen y guardan los datos más sobresalientes de la arquitectura, de la escultura, de la pintura, de la bibliografía, de la documentación histórica y del espíritu claustral más apegado a la tradición espiritual española. ¡Ahí está el problema!
«Con la Iglesia hemos topado, querido Sancho»
No sé si alguien en el mundo civilizado será capaz de poner en duda que las catedrales de Milán, de Burgos, de Maguncia o de la Sagrada Familia son bienes, además de religiosos, de eminente interés cultural. Las agujas de cemento de Gaudí, que representan la columna vertebral del catolicismo (Cristo y los apóstoles) son símbolos de eternidad pero elaborados por artistas, de carne y hueso, que incluso están en el camino de los altares. ¡Y por esto no se escandaliza más que el interesado en que la fórmula política antitea se eche encima de ese mensaje con intención de aniquilarlo!
Ahora estamos en el tramo de discutir a todas horas. Que si es Patrimonio Nacional el que debe conservar el recinto y su mensaje primigenio, que si la Comunidad Autónoma debe apostar por defender lo que es propio según la Constitución del 78, que si mientras esto sucede la Iglesia española extiende un silencio prudencial… Pero ¿y el Vaticano? ¿No debe ser importante para Roma que un Gobierno democrático -como se autodefine él mismo- tome la decisión de convertir en cementerio civil los miles de difuntos que yacen en el interior de una basílica católica, con las atribuciones propias y especiales que la Iglesia otorga a esta clase de templos?…
«En eso yo no me meto»…
Fueron palabras de Francisco I, Papa, cuando Carlos Herrera le preguntó en la residencia de Santa Marta por la exhumación de Franco. Puede que le valiese -para dar consistencia a su respuesta- la vertiente política del hecho. ¿Pero la actual, que incide de lleno en el aspecto religioso y pontificio? ¿Tendría algo que decir la autoridad romana, que también lo es para sus propios territorios, cuando alguien de naturaleza civil o política intenta vulnerar un principio religioso? ¿Se acuerda o conoce el Vaticano que el 99 por 100 de los enterrados en el Valle de los Caídos, de uno y otro lado de las trincheras, eran bautizados? ¿Se acuerda Jorge Bergoglio, jesuita, de otro hijo de San Ignacio, el P. Huidobro, que moría a causa de un obús cuando cruzaba todos los días la Cuesta de las Perdices para dar la absolución a soldados del frente comunista cuando pedían confesión al pie de un carro de combate ardiendo? Leía estos días en periódicos, incluso nada afines, que del recinto de la basílica del Valle de los Caídos se desprende como una especie de desinterés o de abandono por parte de Roma que llama poderosamente la atención. Y también que la maniobra que pone en marcha con fervor laico este Gobierno es buscar una compensación a la barbarie de Paracuellos y establecer allí, sin frailes, sagrarios ni bendiciones el asentamiento de la nueva verdad -en el nombre de la democracia, por supuesto- que ha establecido -digo yo- el Comité de Sabios de la Verdad que sigue la fórmula de Ángel Pedrero en los túneles del Metro de Madrid, y del que todavía queda algún testigo presencial de los que milagrosamente salvaron el pellejo.