En 1917 la masonería celebró su segundo centenario exhibiendo una notoria agresividad contra la Iglesia, llegando a insultar al Papa en plena plaza de San Pedro. Poco después San Maximiliano Kolbe, impresionado por aquellos sucesos, fundó la Milicia de la Inmaculada con el fin de combatir a la masonería «y demás servidores de Lucifer». Un siglo más tarde el estilo de la secta ha cambiado radicalmente; en primer lugar porque ha logrado imponer en gran parte sus puntos de vista a través de una corrección política que no es otra cosa que la fachada “presentable” de la dictadura del relativismo denunciada ya como una realidad por Benedicto XVI. En este tercer centenario, celebrado hace un año, los masones han recibido apoyos institucionales de primer orden; empezando por el del presidente Hollande que, poco antes de dejar el cargo, visitaba la sede del Gran Oriente Francés reconociendo la deuda que la República tiene con la “orden”. Poco después el conservador del museo de la masonería, Pierre Mollier, del Gran Oriente, declaraba: «Entre 1880 y 1914, la mayor parte de las grandes leyes que establecen las bases de nuestra sociedad democrática moderna […] fueron concebidas primero y promovidas después por las logias».1 Podría estar pensando en la del aborto que, efectivamente, salió adelante de ese modo, con la inapreciable colaboración del masón doctor Pierre Simon, asesor de la ministra Veil, que da nombre a esa trágica disposición. O a la que legalizaba los anticonceptivos, del diputado masón Neuwirth, o bien a la de la eutanasia que actualmente promueve el diputado masón Jean Louis Touraine, del partido de Macron. Efectivamente, como han contado dos masones arrepentidos, Maurice Caillet y Serge Abad- Gallardo en sendos libros,2 las leyes contra vida y familia se diseñan en las logias y se aprueban gracias a las “fraternidades” masónicas parlamentarias. Lo que, por cierto, no tiene nada de democrático por más que blasonen los “hijos de la viuda” de ser los padres de la democracia. Pero es que, indiscutiblemente, han configurado un pensamiento único opuesto por completo a la libertad, aunque se erijan en dispensadores de patentes democráticas.

En España, también con motivo del centenario, recibieron homenajes similares: en febrero de 2017 el parlamento de Baleares votó una resolución a favor de la masonería sin un voto en contra, lo que aclara, por si alguien tenía dudas, que esta no es ya una cuestión que divida a izquierdas y derechas; todo lo contrario. La presidenta del Parlamento de Cataluña, Forcadell, poco después homenajeó a la misma “hermandad” glosando los términos “Igualdad, libertad y fraternidad” que, según ella, la caracterizan; también, como Hollande, les agradeció los servicios prestados. Y más recientemente, ya en este año, el portavoz del grupo socialista en la Asamblea de Extremadura, Valentín Gómez, instaba a las instituciones públicas extremeñas, a unirse al homenaje, blindando a los masones no solo con el reconocimiento de su honorabilidad sino también exigiendo, como hicieron los diputados baleares, que no se les persiga, sancione o ejecute por su defensa de los ideales masónicos. Era un claro ejemplo de manipulación no solo del lenguaje sino de las ideas; aparte de un falseamiento de la historia: ni siquiera durante el franquismo, cuando funcionaba el tribunal para su represión, eran ejecutados por el hecho de serlo; la pena máxima era de prisión mayor, y eso estaba reservado para los que habían alcanzado el grado 18; de ahí para abajo era de prisión menor. Los masones ejecutados, que los hubo, lo fueron por otras causas graves.

Por todo este cúmulo de loores y defensas de la secta masónica desde altas instancias de poder, han resultado muy clarificadoras las declaraciones de algunos prelados de la Iglesia Católica, coincidentes con el malhadado aniversario: el Arzobispo de Asunción, Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya, monseñor Valenzuela, pidió a los fieles, en abril de 2017, «no se dejen engañar»; «no se puede ser católico y masón, porque son incompatibles para la fe cristiana los principios de la masonería»; «no dejen engañar a nuestras familias y a nuestros jóvenes por quienes digan lo contrario»; «la apostasía es negar la propia fe cristiana»; «la masonería junto con el sincretismo constituyen alejamiento práctico y doctrinal de la comunidad».3

Ya en noviembre, el obispo de Noto, monseñor Stagliano, que había acudido a un encuentro en Siracusa, titulado “Iglesia y masonería. Tan cerca, tan lejos”, organizado por el Gran Oriente de Italia, arrojaba un jarro de agua helada sobre los venerables maestros organizadores del evento: en declaraciones a La Croce decía: «Les he explicado [a los masones] que para la Iglesia del Vaticano II, la Iglesia del diálogo, ellos no están cerca ni lejos, sino totalmente fuera. Están fuera de la comunión católica, están excomulgados. Les expliqué lo que es la excomunión. Así que permítanme tranquilizar a todos aquellos que

piensan que mi presencia “dialogal” es una especie de despacho de aduana. Absolutamente no. No entra en mi competencia hacer esto. Pero como teólogo, como obispo y sobre todo como teólogo, he querido explicar que están fuera de la comunión de la Iglesia». Y añadió que fue a Siracusa obedeciendo el mandato de Cristo: «si hay lobos “os envío como ovejas en medio de lobos”…».4

Por último, el Arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, publicaba en El Día, el pasado mes de abril una carta con el Correo de Lectores del matutino platense, verdaderamente clara en su brevedad:

No he leído aún el libro de Mariano Hamilton “Masones argentinos”, pronto ocupará un lugar en mi biblioteca sobre el tema. Sólo deseo ahora contradecir una afirmación del comentario bibliográfico publicado el domingo 15. Se dice allí que la mala fama de la masonería es responsabilidad de la Iglesia porque “desde su origen le declaró una guerra sin cuartel”. Lógicamente, la Iglesia la condenó porque desde sus inicios en 1717, la masonería moderna fue la gran enemiga del catolicismo. Bajo cobertura de beneficencia difunde su iluminismo laicista y la irreligión. Obedece a la proclama de Voltaire: “¡Aplastemos al infame!”, y procura infiltrarse en los organismos del Estado y en todas las instituciones para imponer sus dogmas, sin que se note su presencia. Es una sociedad secreta; en los diversos ritos los miembros de los grados inferiores, entre los que se encuentran personas ilustres, ignoran lo que se planea en los superiores. A esta altura de la historia hay todavía, muchos católicos que no “comemos vidrios”.5

Dios les bendiga.

 

1 Carmelo López-Arias, François Hollande visita el Gran Oriente…, Religión en Libertad, 27 de febrero de 2017.

2 Yo fui masón de Maurice Caillet, y Por qué dejé de ser masón de Serge Abad Gallardo, respectivamente. Ambos editados por Libros Libres.

3 «Advierte monseñor Edmundo Valenzuela, Arzobispo de Asunción. Ser católico y masón es incompatible», http://www.infocatolica.com,

4 Monseñor Stagliano: «Los masones están fuera de la Iglesia, aunque sean sacerdotes y obispos», http://www.infocatolica.com

5 Vicente Montesinos, “Con la masonería de dentro y de fuera, las cosas claras… “, Infovaticana, 1 de mayo de 2018.

 

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