El multiculturalismo a la fuerza, pretendido a través de la invasión de población anti-integración, fundamentalmente africana musulmana, es uno de los pilares que sustentan los planes de destrucción de Europa, que quedará a merced de un gobierno único, uno de los objetivos de los urdidores de la fatal Agenda 2030.

El pasado martes 27 de junio, en la localidad francesa de Nanterre, un joven de origen argelino, Nahel Merzouk, recibió el disparo de un policía que le causó la muerte. Nahel, que contaba con numerosos antecedentes delictivos, acompañado de dos jóvenes más, conducía (sin carnet) un vehículo robado, cuando se le dio el alto en un control policial que se saltó. Dos motoristas le siguieron, interceptándolo más adelante, ordenándole que se bajara del coche. No lo hizo, por el contrario aceleró tratando de huir, momento en el que uno de los agentes efectuó el disparo, que según declaró apuntaba a su brazo. Más tarde se comprobó que el proyectil atravesó el brazo izquierdo y alcanzó mortalmente el torso del argelino. Hoy el agente está detenido.

Una vez los medios de comunicación dieron la noticia del suceso, en multitud de ciudades francesas estallaron disturbios de extrema violencia perpetrados por hordas de decenas de miles de jóvenes africanos originarios del Magreb (argelinos y marroquíes) y del sub-Sáhara, en su mayor parte de nacionalidad francesa de segunda y tercera generación, uniéndoseles elementos de extrema izquierda, a los que alienta el siniestro socialista Jean-Luc Mélenchon, datos refutados por la estadística de los 3.500 detenidos. Miles de vehículos ardieron, además de edificios —como la mayor librería de Marsella—, colegios; saqueos de comercios; asaltos a comisarías, de las que se extrajeron armas de fuego cortas y largas; graves agresiones a ciudadanos, tales como las que sufrió un hombre que trató de impedir que incendiaran su coche, al que apalearon y amputaron una mano a golpe de machete. Y mientras ardían las calles de decenas de localidades francesas, la misma noche del 30 de junio Emmanuel Macron disfrutaba del concierto de Elton John en París. En un primer comunicado, el presidente de la República, balbuceante, echó la culpa de la barbarie a los padres y a Internet, y dio muestras de no tener ni idea de cómo abordar semejante crisis —o de no tener intención—, entre otras cosas porque a tan grave circunstancia ha llegado Francia por las políticas que él mismo ha defendido e impuesto, siguiendo consignas de sus amos, aquellos que lo pusieron al frente de la República francesa, entre ellos el clan Rothschild, de cuya banca fue un alto empleado el francés. Bien es cierto que no es suya toda la responsabilidad, puesto que lleva al frente de los destinos de nuestro vecino del norte desde 2017, culpables son también sus antecesores.

Desintegrar Europa es un objetivo de los clanes que mueven los hilos del mundo, y por tanto de su economía, desde hace, al menos, un siglo. Hay tres familias fundamentales, los Rothschild, los Rockefeller y los Morgan, las tres creadoras de la Reserva Federal de EEUU, cuartel general desde el que se ha manejado la economía del planeta, sobremanera a partir del término de la Segunda Guerra Mundial, cuya contienda, así como la Primera, hizo aún más ricos, de lo que ya lo eran, a este siniestro triunvirato. A estos clanes se han unido otros nuevos ricos, gran parte de ellos empresarios de grandes tecnológicas, a los que tanto conocemos así como propietarios de la banca, medios de comunicación, industrias alimentarias, farmacéuticas, y más.  Afirmo que tales macabros clanes pretenden desintegrar Europa —y el planeta en su conjunto si pudieran, ya crearon guerras y conflictos según les interesaba hasta hace nada—, porque uno de sus líderes, la banda de los Rothschild —de origen judeo alemán—, tuvo desde su origen la intención de dominar la economía mundial, a costa de lo peor, si fuera preciso. Mayer Amschel Rothschild, el patriarca de la saga, siendo ya un rico e influyente banquero en Frankfurt (ya muy ligado al príncipe Guillermo IX de Hesse-Hanau, a quien proporcionó grandes beneficios en negocios en común), propició y financió a Johann Adam Weishaupt, filósofo también alemán de origen judío, para la creación de la secta Illiminati, cuyo objetivo escrito no era otro que «dividir el “guyim” (el mundo no judío) a través de medios políticos, económicos, sociales y religiosos»; la secta Illuminati provocaría conflictos para enfrentar a las partes, a los que armaría, para su mutua destrucción. ¿Parece un argumento de novela? Pues así fue, y de aquellos polvos, estos lodos. Está muy documentado en el libro The History of de House of Rothschild (La Historia de la Dinastía Rothschild), de Andrew Carrington Hitchcock. Se le atribuye a Mayer Amschel Rothschild la siguiente afirmación: «Déjenme emitir y controlar el dinero de una nación y no me importará quién escriba las leyes».

Pero volvamos a la Francia de hoy. A Francia, como a media Europa, han llegado en las últimas décadas varios millones de inmigrantes de naciones de religión y cultura islámica, promovida esta política por mandatarios como Angela Merkel, a las órdenes, como Macron, de los mismos poderes; así como en nuestra casa mantuvieron especialmente Rodríguez Zapatero, Rajoy y ha mantenido Sánchez. La servidumbre que presta Sánchez al criminal George Soros, gran instigador y patrocinador de la invasión islámica de Europa, es más que evidente. Especialmente las segundas y terceras generaciones, en su mayor parte, no se han integrado en las sociedades de acogida, así como las más recientes entradas de inmigrantes ilegales, hombres jóvenes en edad militar. La razón no es otra que la incompatibilidad de las costumbres, leyes, principios de una sociedad civilizada, donde imperan las leyes establecidas (con todos sus defectos, sí) y el respeto a los derechos humanos, así como la igualdad ante la ley y asimismo de derechos del hombre y de la mujer, con otras donde si poco vale la vida propia, menos la ajena; donde, por ejemplo, la palabra de la mujer vale menos (o nada) ante la del hombre. Al problema de las diferencias culturales y de costumbres, más el islamismo fanático en parte de esa población, hay que sumar un porcentaje enorme de franceses, suecos, británicos, belgas, españoles, etc., de nacimiento, de origen marroquí, argelino, nigeriano, senegalés… que no se sienten ni quieren sentirse nacionales del país que acogió a sus padres, e incluso abuelos. Se habla de que Francia tiene cerca de cuatro millones de inmigrantes musulmanes, sin tener en cuenta los que ya no lo son, dado que nacieron en ese país.

Por un lado tenemos a líderes religiosos musulmanes que manejan la política y las leyes según la Sharía, de barrios enteros, ya islamizados, tales como el parisino Saint-Denis (recordemos las agresiones y robos en masa a los aficionados españoles y británicos cuando el 28 de mayo de 2022 se celebró la final de la Liga de Campeones, entre el Real Madrid y el Liverpool); o el barrio Molenbeek-Saint-Jean, en Bruselas, nido de yihadistas —con la complacencia de las autoridades del estado fallido de Bélgica—, donde vivían Ibrahim Abdeslam, su hermano Salah, integrantes del grupo terrorista islámico que asesinó a 131 personas, más 415 malheridos (algunos de ellos torturados, a quienes se les amputó los genitales, circunstancia que durante mucho tiempo ocultaron las autoridades), en la sala de fiestas Bataclan y en diferentes lugares del barrio de Saint-Denis, de la capital francesa, en varias acciones criminales, el 13 de noviembre de 2015; así como el cabecilla de los asesinos, Abeldhamid Abbaoud. Son miles de distritos en ciudades europeas donde se exhibe cartelería que advierte textualmente: «Usted está entrando en una zona controlada por la sharía: reglas islámicas obligatorias»; las llamadas zonas «no-go». Recientemente, denunció en el programa Horizonte de Iker Jiménez, a propósito de los graves altercados mencionados, Alice Cordier, joven líder del colectivo feminista francés Némesis: «Hoy, como mujer, nos recuerda [los violentos disturbios] cuanto miedo tenemos. Somos víctimas de la inseguridad en la calle, porque hay una explosión de inseguridad multiplicada por estos disturbios. Y además hay que decir que los alborotadores provienen de la inmigración, ya sean de varias generaciones o de una inmigración recién llegada. Y a menudo son estas mismas personas las que aparecen en las estadísticas de violencia sexual contra las mujeres. De por sí, el espacio público es peligroso para las mujeres, y los disturbios aumentan más esa inseguridad que ya existe.[…] Hoy las mujeres francesas se mueven en el espacio público como si fueran víctimas y se enfrentaran a depredadores. Hoy las mujeres francesas planean su ruta para no caer en zonas donde hombres, principalmente de origen inmigrantes, podrían acosarlas o agredirlas sexualmente. Las mujeres francesas miran por dónde van a ir y también cómo se van a vestir para salir a la calle, algo que no preocupaba a nuestras abuelas». Actualmente, en Francia se cometen a diario entre 57 y 64 violaciones a mujeres y 200 de agresiones sexuales (según la fuente) ¡75.000! al año, en su mayoría a manos de inmigrantes de origen magrebí o subsahariano.

Y por otro lado nos encontramos con la proliferación de mafias del narcotráfico que dirigen precisamente individuos de origen marroquí, argelino o del sub-Sáhara, musulmanes de cultura, y puede que sí o no practicantes. Mafias que controlan barrios y ciudades europeas en la venta de estupefacientes, en armonía con otras etnias o en conflicto con ellas, pero siempre en política concordia con los líderes religiosos musulmanes del lugar.

Un ariete envenenado agrede la Europa Occidental, día a día, al que tenemos que sumar la invasión interior, la de los nacimientos en familias musulmanas, que al menos sextuplica los hijos en familias nativas. Recordemos lo afirmado por el presidente de Argelia, Huari Bumedian, en su famoso discurso pronunciado en 1974, en Nueva York, ante la asamblea de Naciones Unidas (esa cueva de ladrones, de gentuza sin escrúpulos, dicho sea de paso): «Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria. Al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio Romano desde dentro, así los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa». En los mismos términos, el iman Yusuf al-Qaradawi, uno de los líderes intelectuales más importantes de los Hermanos Musulmanes —declarada ya organización terrorista por varios países, entre ellos EEUU—, proclamó en 2005: «El islam volverá a Europa como conquistador victorioso tras ser expulsado de ella dos veces, una desde el sur, desde Al Ándalus, y la segunda desde el este, cuando llamó a las puertas de Atenas (se refería a Viena). Conquistando Europa, el mundo será del Islam». Así mismo, Muammar el Gadafi auguró: «Hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sobre Europa sin espadas, sin pistolas, sin conquistas. No necesitamos terroristas, no necesitamos suicidas, los más de 50 millones de musulmanes en Europa la convertirán en un continente musulmán en pocas décadas». Ya pueblan Europa Occidental entre 18 y 25 millones de musulmanes, según las fuentes; bastantes más, si tenemos en cuenta la multitud de ilegales y los que con pasaporte europeo no se sientes tales. Hoy hay serios estudios demográficos que aseveran que en torno a 2040, de seguir como hasta ahora las políticas europeas, Europa estará poblada por una mayoría musulmana, en países como Francia, Holanda, Alemania y Bélgica, por ejemplo. Dada la mayoría de población inmigrante londinense, la capital británica no volverá a tener un alcalde anglosajón: ellos se lo han buscado. Adiós a la vieja Europa cristiana.

Sin tomar medidas muy contundentes —como hace actualmente el gobierno sueco, para salvar una nación a la deriva, dirigida durante años por socialistas y verdes fanáticos—, y carentes de complejos, Francia ya está perdida; no hay marcha atrás.

Recuerdo con estupor y dolor la escena dantesca de la Catedral de Notre Dame devorada por las llamas, el 15 de abril de 2019.  El mensaje unánime de los diarios más importantes de Francia: Paris Match, Le Figaro, Liberation y Le Monde, que revisé personalmente, era el que no había motivos para pensar que pudiera tratarse de un atentado, sin mencionar nunca «islamista». Por supuesto, los medios en España mantuvieron el discurso. El martes 16 de abril por la mañana, sofocado ya el fuego, el fiscal Remy Heitz confirmó en declaración a los medios: «Nada va en la dirección de un acto voluntario». Y añadió que los primeros elementos de juicio indicaban que el incendio habría comenzado en el ático de la catedral, bajo la gran aguja, pero como esta parte del edificio fue destruida en gran medida, las investigaciones no serían fáciles. Precisamente el lugar de la Catedral donde no se estaba trabajando, donde no había elemento eléctrico ni cableados, precisamente porque todo era madera, combustible, un lugar sumamente delicado. Macron lloriqueó teatralmente compungido, solicitando donaciones para la restauración del monumento francés. Sin embargo ningún medio galo se hizo eco de los antecedentes, que detallé en un artículo en AFÁN en junio de 2019: «El 5 de marzo, la basílica de St. Denis (donde descansan los restos de todos los reyes de Francia, menos tres de ellos) fue atacada por un «refugiado» paquistaní, que destruyó varias vidrieras y el valiosísimo órgano, considerado un tesoro nacional construido entre 1834 y 1841. El 17 de marzo, doce días después, se produjo el incendio antes mencionado en la iglesia Saint Sulpice, que causó graves daños, circunstancia que las autoridades silenciaron durante días, hasta que admitieron, dadas las evidencias, que había sido provocado. ¿Y nos tenemos que creer que Notre Dame se incendió por un chispazo eléctrico.»

Europa —insisto una vez más de tastas publicaciones— se dirige hacia su aniquilación, la desaparición de la libertad individual (no hay otra), libertad de pensamiento y de culto, a la muerte de la civilización judeo cristiana, faro universal. De seguir así las cosas, Europa está abocada a su destrucción, ante la criminal traidora actitud de sus gobernantes y la pasividad de sus pueblos anestesiados, idiotizados por el adoctrinamiento único establecido por las élites antes mencionadas. España aún tiene salvación, enfrentándonos a los lacayos de los urdidores de la Agenda 2030, en España por iguales Sánchez y los suyos, como Feijóo y los suyos, entre ellos el deplorable ex ministro José Manuel García-Margallo, que tuvo la desvergüenza de afirmar «La Agenda 2030 es el Evangelio», y tú, Margallo, afirmo yo, un repugnante traidor, criado de los enemigos de la humanidad.

No me cabe duda de que la próxima algarada semejante en Francia será mortal, habrá muertos, y se desatará por cualquier motivo. Entre tanto, el pueblo español debe y tiene que despertar y levantarse, ante el reflejo que nos llega de Francia, con medidas contundentes, de absoluto sentido común, se lo debemos a quienes hicieron la reconquista, y a los que lucharon y vencieron en Lepanto. Qué menos.

[ Artículo publicado en el boletín de Afán del mes de julio de 2023 ]

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