Cataluña despierta una nueva España
| PUBLICADO EN NUESTRO BOLETÍN DE NOVIEMBRE DE 2017 |

La secesión promovida por el gobierno catalán ha provocado un despertar nacional que no se veía en cuatro décadas en España.
Las causas que han favorecido una crisis de esta magnitud no hay que buscarla exclusivamente en la deriva radical del nacionalismo catalán, sino en el agotamiento del régimen de 1978, que desde sus inicios favoreció el crecimiento y maduración de un sistema parasitario que beneficia a los partidos nacionalistas. El intenso gasto que provoca sólo ha podido ser compensado con la reducción en otros sectores públicos, como el educativo y el sanitario.
La progresiva entrega de competencias a los nacionalismos, alimentó su egocentrismo, su mesianismo político, que iba creciendo en las nuevas generaciones, inoculando un odio atávico contra España, como nación opresora, gracias a la entrega de las competencias educativas y culturales.
Sin embargo, el resultado estaba claro, cuando la concesión de competencias a los nacionalistas y la ausencia de un proyecto de comunidad nacional, no iba a proporcionar un clima de consenso integrador, como habían defendido los defensores de 1978.
La secesión catalana ha contado con el uso de recursos públicos, el apoyo de trescientos mil funcionarios y la promesa de ciudadanía a colectivos de nuevos catalanes, donde se incluyen unos seiscientos mil musulmanes, en su mayor parte marroquíes de primera generación. No obstante, la España oficial de 1978 escondía de forma latente un espíritu nacional, constreñido y escondido, porque cualquier alarde patriótico era denostado negativamente.
Las victorias deportivas de la selección nacional de fútbol ayudaron a visualizar ese sentimiento escondido. Pero ha tenido que ser la arrogancia y el desprecio por la historia de la secesión de los nacionalistas catalanes lo que ha fomentado la exteriorización de un sentimiento de pertenencia a España, tiñendo de banderas nacionales los balcones y ventanas de nuestras ciudades. Por primera vez en muchos años, con independencia de ideologías políticas, el despertar de una nación se había producido, no por una constitución, algo artificial y caduco, sino por una comunidad histórica nacional existente muchos siglos antes.
A pesar de todo, el problema es grave, el régimen actual ha fracasado como modelo integrador y social, fomentado una precariedad que hace ver a la nuevas generaciones que vivirán peor que sus mayores. El desempleo es estructural, con una tasa de crecimiento en negativo que favorece una inmigración constante y masiva, mientras nuestros jóvenes universitarios huyen de un paraíso de picaros y corruptos. La crisis catalana tapa y descubre problemas muchos más graves que nos hace pensar la necesidad de aprender de nuestra historia para reformar convenientemente nuestro presente.
