El superior eclesiástico de Badajoz, dignidad de la iglesia, y conocedor de las palabras de su maestro “dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar, lo que es del Cesar”, confunde de manera consciente lo que corresponde a cada mundo, el terrenal y el histórico. El Arzobispo de Mérida-Badajoz no respeta a sus muertos; no valora el martirologio y persecución sufrida por sus antepasados; el incendio, saqueo y profanación de sus iglesias, ermitas, conventos e imágenes; la destrucción de obras religiosas de gran valor artístico como el retablo de la Parroquia de Almendralejo, el retablo renacentista de Calera de León y el plateresco de Casas de Don Pedro.

Monseñor D. Celso Morga Iruzubieta al firmar el convenio de colaboración con la Diputación de Badajoz, de 6 de Marzo de 2018, ha escupido sobre las tumbas de los 75 sacerdotes seculares, 21 religiosos y 2 seminaristas asesinados, en sólo dos meses, de su actual diócesis. Puedo entender a la otra parte contratante, pues así borra la ignominia de su pasado, lava su historia, y la presenta pura y democrática, cuan fariseo predicando en el templo de la enseñanza publica. Pero la actitud del arzobispo es, al menos para mí, motivo de escandalo, más teniendo en cuenta que contra-presta con la dadiva de Judas: doscientos mil euros. Y esto viene haciendo la Iglesia, en Badajoz, desde 1983, por lo que pocos vestigios pueden quedar sin ser borrados.

Ha olvidado el Arzobispo Morga Iruzubieta, de su época de seminarista, el pasaje del Apocalipsis 3:15-19: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”

San Mateo 16:24-25, más próximo a los mártires borrados de la memoria histórica como vestigios de su persecución que de Monseñor Celso Morga escribe: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.”

Habría que señalar a tantos obispos que hoy dirigen nuestras diócesis la pregunta de San Pablo a los Corintios 2-13:5: “Examinémonos a nosotros mismos. ¿Seguimos hoy en la fe?¿Es Jesucristo nuestro señor hoy? O solo asumimos que todo está bien con Él mientras hagamos nuestras…tareas. El Cristianismo no es una religión. Es una relación. Una relación con un Dios vivo y un Señor vivo. ¿Es Él Señor de nuestras vidas hoy o no?”, Monseñor Celso Morga Iruzubieta.

Confió en que la Iglesia como cuerpo vivo, señalando en Pedro, sobre esta piedra, la edificación de la misma y con la profecía de su mesías, Jesucristo, de que las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella, pueda superar este relativismo que la corroe y mantenga el ser de todos los creyentes que identifican tanto su unidad como su espiritualidad. Jesús sólo empleó la violencia, aunque limitada, para expulsar a los fariseos mercaderes del templo de Dios. Ignoro a lo que nos invitaría hoy, pero cada vez me cuesta más recubrir la casilla de la iglesia, con una cruz, al hacer la declaración de la Renta. Sólo el esfuerzo y sacrificio que hace por los mas humildes y necesitados, su labor asistencial, su predica evangelizadora misionera y el perenne martirologio por predicar la redención del ser humano, me mantiene en la esperanza y en “la casilla”, aunque el Arzobispo de Mérida- Badajoz camine desnudo y sin merecerlo.

Por entender que en la construcción y desarrollo del edificio sobre la base del apostolado, el sacerdocio real, santo, sabio y prudente, amen de temeroso de Dios, es la piedra angular consagrada a dirigir ejemplar y fielmente, en la verdad revelada, a la grey, me rebela la postura de la jerarquía eclesiástica en relación a la Ley de Memoria Histórica, sólo beneficiosa para quienes la promueven y profundamente injusta y disgregadora para el resto de los españoles, por lo que tiene de falsificadora, excluyente e impositiva. Los creyentes, entre los que me encuentro desde el nacimiento, bautizo y confirmación, aunque formemos el singular rebaño, necesitamos al buen pastor que nos oriente, reconforte y auxilie espiritualmente, como la vid y los pámpanos, en este valle de lagrimas. Esa identificación es con la verdad revelada, con la teología de la salvación, no con el doctrinarismo de la revolución francesa y “la teología de la liberación”.

No sabemos si para el Arzobispo de la Archidiócesis Mérida-Badajoz: “Los santos son señal elocuentísima de la vitalidad de la Iglesia, y por ello tienen un valor apologético de la verdad de nuestra fe, al realizar concretamente la nota de la santidad de la Iglesia”. Parecería, por el convenio firmado, que son una carga de exaltación política, no democrática, y dignos de ser postergados a una interna liturgia como victimas de un tiempo, un lugar y unas circunstancias irrepetibles. Craso error, señor Arzobispo.

Tan escandaloso y apostata proceder de la Iglesia Católica española con respecto a quien les salvó la vida y hacienda, preservando la civilización occidental y cristiana, sólo encuentra referente en el llamado “concilio cadavérico”, conclave en que se juzga al Papa Formoso, después de muerto. Tenía que quedar bien clara la perfidia del difunto, así que, a inicios de 897, se le instruyó proceso en medio de un concilio, ante el cual compareció nada menos que su momia. Ésta había sido sacada de su sepulcro y, revestida aún de sus hábitos pontificales, fue sentada ante el tribunal erigido en la basílica constantiniana. Hasta se le asignó un clérigo para que respondiera en su nombre a las acusaciones. Todas sus ordenaciones fueron declaradas inválidas y se llegó a la suprema ignominia de cortarle los dedos pulgar, índice y medio de la mano derecha, con que solía bendecir. El cuerpo mutilado de Formoso fue arrojado al cementerio profano, de donde las turbas, presas de un frenesí salvaje a ejemplo de sus autoridades, lo cogieron para echarlo al Tíber después de indecibles profanaciones. A todo ello condescendió Esteban VI, más preocupado por complacer a la banda del poder que por la dignidad de la silla de Pedro.

Media España no se resigna a que la engañen, Sr. Arzobispo, tampoco a que la jerarquía de la Iglesia, abstrayéndose de su misión espiritual, sea pieza angular de esa impostura. Franco fue cristiano ejemplar desde los 17 años en los que participaba en la adoración nocturna en el Ferrol, hasta su fallecimiento en cuyo testamento afirma si fidelidad a la Iglesia en cuyo seno va a morir. Franco era “católico práctico de toda la vida”. Así lo veía el cardenal Isidro Gomá, primado de la Iglesia española, cuando le habló de él por primera vez al secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, el 24 de octubre de 1936. Murió tres décadas después bendecido por la Iglesia, sacralizado, equiparado a los santos más grandes de la historia. Canonistas, benedictinos, dominicos y otros eclesiásticos pidieron “la instrucción de la causa de Canonización”. Como había solicitado el padre Llanos, Franco y su esposa tuvieron en diversas ocasiones sus ejercicios espirituales, dirigidos por él y, entre otros, por Josemaría Escrivá de Balaguer, Aniceto de Castro Albarrán o José María García Lahiguera, arzobispo de Valencia en 1975, quien en la homilía del funeral que le dedicó dijo de él que era un “hombre de fe, caridad y humildad”.

No es casual que, en la tradición cristiana, la mayor villanía se corresponda con Judas y sus treinta monedas de plata. Dos milenios más tarde, ni su arrepentimiento final, con la soga ya al cuello, ha podido rehabilitarle, muy probablemente por ser considerado como “poseído por el demonio” San Lucas: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado

Iscariote, que pertenecía al número de los doce; y él fue y discutió con los principales sacerdotes y con los oficialessobre cómo se lo entregaría. Ellos se alegraron y convinieron en darle dinero. El aceptó, y buscaba una oportunidad para entregarle, sin hacer un escándalo”. Espero y deseo no sea el caso, veinte siglos después, de Monseñor Arzobispo de Mérida-Badajoz.

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