La revista «Interviú» anuncia que va a desaparecer. Sus pérdidas resultan siderales, y aunque sus ganancias también lo fueron en ciertos momentos, no ha podido sustraerse a lo difícil que es hoy día editar una revista en papel. Nacía en 1976, recién fallecido el Caudillo, y arrancó con lo más vil que un periódico pueda promover: todo aquello que pulverizase no la trayectoria del régimen del 18 de Julio, sino aquello que más pudiera herir a España.
Para ello contó con inapreciables peones en su cuerpo de redacción, pero también fuera de alli, que le bailaban el agua a sus barbaridades, disculpaban sus fechorías convertidas en delitos y coronaban sus felonías poco menos que con el laurel de los vencedores. El caso más sangrante fue el de Xavier Vinader, uno de sus redactores destacados, que llegó a publicar el itinerario, teléfono, domicilio, actividades habituales y lugares de trabajo de dos jóvenes militantes de Fuerza Nueva en Bilbao. No transcurriría un par de fechas cuando los pistoleros de ETA acababan con sus vidas. Y mientras las personas con el sentido común en su sitio, y la moral en su almario, gritaban su indignación, la Asociación de la Prensa de Madrid, que presidía el melífluo Luis María Ansón, hombre del rey apócrifo (don Juan III), del rey emérito (Juan Carlos I) y del rey actual (Felipe VI), brindaba toda clase de ayudas personales y profesionales a este individuo que denigraba a su oficio de informador para convertirlo en otro de delator.
A todo ello contribuía con reportajes desquiciados sobre víctimas de la guerra, sin la mínima estructura histórica ni documental, y presentaba unas mujeres, por lo general conocidas, sin ningún pudor en sus físicos y sin que ninguna asociación feminista al uso levantase la más mínima protesta. De personas normales en sus profesiones y oficios esta revista las convertía, luego de un retoque fotográfico escandaloso, en materia habitual y carnaza del lenguaje callejero más chabacano y grosero.
Este individuo, que me distinguía con elogios profesionales sin cuento cada vez que me veía, tiene, sólo él, un libro por escribir de agravios cometidos en su trayectoria. Pero ya está muerto y su revista parece que también. Y yo, al igual que el emperador Carlos, «no hago, querido Alba, la guerra a los muertos», como le decía al Duque durante una de sus batallas.