Con una mezcla de tristeza e impotencia, añadida a la frustración, he recibido la noticia de que la Diputación de León en un pleno celebrado el 25 de Octubre aprobó por unanimidad “retirar los honores concedidos en su día al General Francisco Franco y eliminar las huellas de su régimen en la provincia”. Idéntico proceder ha manifestado el Ayuntamiento de León. No existe un acto mas bárbaro y menos cultural que el de legislar contra la historia, pretendiendo reconstruirla como invento propagandístico.

Que la izquierda, de otra época, siga frustrada por su intento revolucionario de imponer el comunismo, manteniendo como objetivo ideológico la destrucción de la memoria y obra de Francisco Franco, tiene su razón, diseño y estrategia, al no haber impedido ni su Régimen de estabilidad y progreso, ni provocar la ruptura, pilotar la transición y dictar una Constitución a la medida de su falsaria e “idílica” II República.

Por ello, me sorprende e indigna, Sr. Presidente de la Diputación y Sr. Alcalde de León, que hayan cedido, en nombre de la democracia, a una ley ideológica, de ingeniería social que ampara “la mentira histórica”, no derogada en cuatro años de gobierno mayoritario de su partido, legitimando a estos ayunos de cultura, sobrados de resentimiento y plenos de odio a borrar un pasado molesto para su ideología. Los promotores, como se está demostrando en Cataluña, son la reencarnación de aquellos “botarates” y “loquinarios” de la II República que retrataba Azaña, solo capaces de una política “tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín sin ninguna idea alta”. Es urgente que en escuelas, ayuntamientos y diputaciones, se mitigue en los políticos la clase de españoles a que se refería Pío Baroja: “los que no saben; los que odian el saber los que triunfan sin saber” que tanto abunda en la izquierda y separatistas, y “los que no quieren saber; los que aparentan que saben; y los que viven gracias a que los demás no saben”, en cuya categoría la transversalidad ampara por igual a izquierda y derecha.

Habéis convertido la política en una grotesca falsificación, sin ninguna idea superior, ni siquiera la dialéctica de ideas contrapuestas, ajenas a las directrices del partido. Semejante espectáculo, ni dignifica a los que lo promueven, ni puede satisfacer a quienes os votan. Así terminaron las democracias en el pasado siglo.

Tal proceder convierte lo que debería ser un Estado social y de derecho en una democracia degenerada y, a la Diputación y Ayuntamiento de León, donde existió la cuna del buen parlamentarismo, en patio de monipodio. Con vuestra conducta no impediréis que la izquierda os llame franquistas, cuando convenga a la superioridad moral que le otorgáis. Pero tampoco podréis soslayar que el resto de los españoles os considere tontos útiles.

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