Aún hay —desinformados o malintencionados— quienes condenan las Cruzadas cristianas contra el islam de Saladino (por cierto, distorsionadamente llevadas al cine por el ideologizado Ridley Scott con su En el Reino de los cielos); y quienes menosprecian la reconquista de la Hispania cristiana sobre la musulmana al-Ándalus, que concluyeron en Granada nuestros Reyes Católicos, idealizando una convivencia casi fraternal que nunca existió; así como la defensa de la Cristiandad de Carlos Martel y de Carlomagno; e incluso restan importancia a la gloriosa Victoria de la Santa Liga liderada por España contra el Imperio Otomano, aquel 7 de octubre de 1571, en aguas del golfo de Lepanto. Aquellas gestas impidieron que Europa —la cuna cultural, científica, artística, tecnológica del mundo— hoy sea un gran califato o una suerte de repúblicas islámicas. De haber conquistado Europa el islam —piensa, imagina—, hoy el mundo sería otro: no existirían las catedrales góticas, las obras de Miguel Ángel, ni de Leonardo, ni el Renacimiento en su conjunto; ni las pinturas de Velázquez, ni de Rembrandt, ni de Goya; ni la literatura de Cervantes, ni de Shakespeare, ni de Borges, ni de Santa Teresa; ni la música de Beethoven, ni de Falla, ni de Ennio Morricone; ni hubiésemos escuchado a Plácido Domingo, ni a Pavarotti, ni a Calas, ni a Caballé; ni visto Casa Blanca (qué ironía), ni Atraco a las tres, ni Cinema Paraíso, porque no existirían el cine, ni el futbol, ni el tenis, ni los Juegos Olímpicos, ni la medicina actual, ni la aspirina, ni las ciencias que hoy conocemos, ni las tecnologías, ni la informática, ni las telecomunicaciones, ni Internet y sus redes sociales; y, por supuesto, los cristianos seríamos perseguidos y recluidos, de quedar vivos algunos reductos. No existiría ni el arte ni la libertad ni la sociedad del bienestar —con sus mil defectos y sin duda mejorable— de los que hoy disfrutamos. Y tú, mujer que lees estos renglones, irías por la calle envuelta en un chador, un burqa o un niqab, y muchas seríais entregadas por vuestros padres a los diez, once o doce años —cuando no antes— a un hombre que triplicaría vuestra tierna edad. ¿O acaso hoy no sucede esto en multitud de países musulmanes? De ser hoy Europa un gran califato islámico, se aplicaría la sharia y en nuestras plazas se lapidarían adúlteras, se ahorcarían homosexuales, se amputaría la mano a los ladrones (aunque fuese un niño que ha hurtado una manzana), se flagelaría a la mujer osada que condujese un vehículo, y tantas otras terribles salvajadas. En un patio de vecinos los maridos ofendidos quemarían vivas a las esposas, ¡oh!, malintencionadas, o le rociarían el rostro con un ácido para arrancarles la sonrisa de la cara de por vida. ¿O acaso esto no sucede hoy en Paquistán, en Afganistán, en Arabia Saudí, en Siria, en Irán, Irak, Argelia, Sudán, Nigeria, Somalia; en mayor o menor medida en el mundo islámico? ¿Acaso no se condena a muerte en el islam al apostata, o a quien decide dejar atrás la religión de Mahoma?
¿Acaso no se persigue y asesina a cristianos, a yazidíes, a infieles en el islam? ¿O no llevan desde la misma muerte del profeta matándose entre ellos suníes y chiíes? Todo esto seríamos hoy Europa y en consecuencia el mundo, de no haber evitado la cristiandad —especialmente España— avance musulmán. El mundo estaría en el medioevo islámico.
Hoy Europa sigue abriendo sus puertas a millones de musulmanes de Oriente Medio y de África, musulmanes que no tienen intención alguna de integrase en la sociedad que les acoge respetando sus tradiciones, en su inmensa mayoría. Por el contrario se hacen fuerte en barrios que se hacen intransitables para los europeos. No nos engañemos, no es solo el terrorismo yihadista lo que debe preocuparnos, mucho más nos debiera inquietar la invasión de Europa premeditada por el islam. No es ciencia ficción. Lo adelantó el presidente de Argelia, Huari Bumedian, ante la asamblea de Naciones Unidas en su famoso discurso pronunciado en 1974: «Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria. Al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio Romano desde dentro, así los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa». Así como lo que el iman Yusuf al-Qaradawi, uno de los líderes intelectuales más importantes de los Hermanos Musulmanes —declarada ya organización terrorista por varios países, entre ellos EEUU—, proclamó en 2005: «El islam volverá a Europa como conquistador victorioso tras ser expulsado de ella dos veces, una desde el sur, desde Al Ándalus, y la segunda desde el este, cuando llamó a las puertas de Atenas (se refería a Viena). Conquistando Europa, el mundo será del islam». Y lo augurado por Muammar el Gadafi: «Hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sobre Europa sin espadas, sin pistolas, sin conquistas. No necesitamos terroristas, no necesitamos suicidas, los más de 50 millones de musulmanes en Europa la convertirán en un continente musulmán en pocas décadas». Y no iba desencaminado el desaparecido gobernante libio, puesto que el promedio de hijos por matrimonio europeo está en 1,5 al año y los musulmanes asentados en el Viejo Continente alcanzan los seis.
En nuestro tiempo, cada día —desde hace ya demasiados años—, plazas y calles enteras de París, Londres, Bruselas, Berlín, Oslo, Estocolmo, Roma y ya algunas ciudades españolas, se colapsan ocupadas por miles de musulmanes a la hora de la oración. Y cientos de imanes proclaman la sharia y la muerte al infiel en multitud de mezquitas que nosotros les hemos subvencionado, adoctrinando futuros yihadistas. En occidente, porque ellos se ofenden y nos lo exigen, quitamos las cruces de las escuelas, mientras ellos asesinan cristianos en sus lugares de origen e impiden cualquier culto que no sea el dictado por Mahoma. ¿Quiénes hablan de la masacre de las decenas de miles de cristianos coptos en Egipto, Irak, Libia, a manos de hordas musulmanas dirigidas por sus líderes religiosos? ¿Y de los católicos quemados vivos en Nigeria y en Sudán? Según el estudio elaborado por Center for Study of Global Christianity (El Centro para el Estudio del Cristianismo Global), 90.000 cristianos a causa de su fe, fueron asesinados por musulmanes en 2016. Y de esos que asesinan cristianos, convencidos de la expansión mundial del islam, ¿cuántos nos han entrado como refugiados en Europa?
Lo cierto es que ya son miles de barrios en ciudades europeas convertidos en pequeñas repúblicas islámicas, bajo el mandato de grupos salafistas, donde se impone la sharía; donde se agrede a quien asoma la cara con una cámara de televisión; donde se refugian yihadistas y preparan atentados; donde imponen sus leyes partidas de policía religiosa a las órdenes del imán de la zona, que a su vez alecciona a sus fieles en el integrismo; donde hay colegios de enseñanza musulmana en los que se instruye a los niños en cómo aplicar las pertinentes torturas y cómo llevar a efecto las ejecuciones según la sharía (aunque nos pueda parecer mentira); donde se les incita al odio al no musulmán. Se puede ver un vídeo en YouTube, grabado con cámara oculta, concretamente en una escuela de Londres, donde la profesora les dice a los niños que «el castigo para el homosexual es matarlo, tirarlo del lugar más alto que se encuentre en la zona», y que a la adultera hay que «apedrearle hasta la muerte». ¿Cómo van a integrarse y vivir en una sociedad de libertades e igualdad como son las democracias occidentales, con todos sus defectos? Son cientos de barrios europeos donde no actúan las fuerzas del orden, como sucede por ejemplo en el funestamente conocido Molenbeek-Saint-Jean en Bruselas. Existen miles de distritos en ciudades de nuestro continente donde se exhiben carteles que advierten textualmente: «Usted está entrando en una zona controlada por la sharía: reglas islámicas obligatorias». Zonas denominadas como «no-go» en Francia, Reino Unido, Holanda, Suecia, Bélgica, Alemania, Italia. De lugares como la Piazza Venezia en Roma se han apropiado las comunidades musulmanas, que la consideran territorio de oración exclusivo. Sobre esta situación escribió largo y tendido la periodista y escritora italiana, fallecida hace unos años, Oriana Fallaci, en su libro Las raíces del odio. La misma Fallaci tuvo que abandonar Italia por amenazas de muerte por parte de sectores musulmanes radicales. Lugares donde se insta a mujeres occidentales a enfundarse un shador o cubrirse con el hiyab, para poder transitar por las cercanías sin tener problemas. Recordamos la oleada de agresiones sexuales cometidas por refugiados musulmanes (sirios en su mayor parte), recién llegados a la ciudad alemana de Colonia, la nochevieja de 2015. Mil bárbaros salieron a la caza de mujeres, agrediendo a 170, según las denuncias realizadas. Ni las autoridades locales ni la prensa pudieron ocultarlo, aunque lo intentaron. En España ya vemos con qué violencia se «expresan» los manteros senegaleses; y cómo se han multiplicados las agresiones sexuales a mujeres y niñas perpetradas por musulmanes, generalmente ocultadas por las autoridades y la prensa, y, por supuesto, ignoradas por las fanáticas feministas.
La cuestión es que nuestro Viejo Continente, ¡que España!, debe y tiene que protegerse, y preservar nuestras instituciones, nuestra cultura, nuestra libertad, y los católicos nuestra fe, sin remilgos ni temores. No valen las ambigüedades. Aquellos inmigrantes que no respeten «lo nuestro» —extenso y nítido término—, deben ser repatriados a sus lugares de origen, sean nacidos en Europa o recién llegados. De no tomar estas medidas, pésima Europa dejaremos a nuestros hijos y ni pensar quiero en la de nuestros nietos. Es hora de no callarse. Es hora de revelarse ante los que defienden la entrada de una inmigración que viene a imponer su forma de vida en contra de la nuestra. Es hora de contestar con claridad y argumentos sólidos a los defensores de la multiculturalidad anti natura que terminará con nuestra civilización.