Quiero declarar aquí, para evitar suspicacias ajenas, que no he sido ni soy fatalista, y que pido a Dios no caer en esa tentación. Pero, de igual manera, estoy convencido que en política, como en tantas otras actividades de la vida, cada una de nuestras decisiones conllevan a corto, medio o largo plazo, unas consecuencias en muchos casos predecibles.
Así, me parece a mí que es más que evidente, -analizando el ya largo periodo transcurrido desde la aplicación del artículo 155 en Cataluña y la subsiguiente convocatoria electoral- que el Gobierno del Estado español presidido por el señor Rajoy, sufre desde entonces un estado general de catalepsia política inhibidora de las inherentes decisiones políticas exigibles a todo poder Ejecutivo, en defensa de todos los derechos individuales y sociales definidos y garantizados expresa e implícitamente por la vigente Constitución.
En recientísimas declaraciones parlamentarias, (miércoles 21-2-2018) el señor Rajoy manifestaba, más o menos literalmente, que el Gobierno seguía trabajando para alcanzar la “normalidad” en Cataluña. ¡ Caramba!, pues, ¿no era eso lo que, según alardeó en su día, se había conseguido con la aplicación del “155” y, especialmente con la celebración de las precipitadas elecciones del 21 de diciembre del pasado año?
Aislado en su particular “guarida del lobo” monclovita, rodeado de su paralizada cohorte ministerial, el doblemente Presidente -del PP y del Gobierno- da también la impresión de sufrir una progresiva amnesia, mientras los parlamentarios catalanes escisionistas, “legitimados” y “legalizados“ por los votos emitidos por sus secuaces en las antedichas elecciones parecen jugar “al ratón y al gato”; unos, bien desde la Presidencia y los escaños de la Cámara legislativa autonómica, bien desde las prisones preventivas, y otros, desde su voluntario y lujoso “exilio” belga y suizo.
Un día tras otro, a semejanza de ciertos escenarios circenses, en el escenario político español, al Gobierno le “crecen los enanos”.
Ya lo dice el refrán: “éramos pocos y parió la abuela”. ¿Por qué recurro al refranero? Muy simple: porque el problema viene de lejos, concretamente desde 2009, en que quedó sin elucidar el fallo emitido por el Tribunal Constitucional contra la Ley de Educación Catalana; que, como recordaba Francisco Rosell, Director del diario “EL MUNDO”, en un magistral artículo, el mismo Tribunal sentenciaba recientemente, con gran alborozo separatista, “el parcha ingeniado por el exministro Wert para garantizar la enseñanza en castellano en Cataluña”, lo que, según Rosell, “va a suponer una excusa perfecta para que el Gobierno no haga nada”. Acertadamente, Rosell concluye su análisis diciendo:“Atrapado en el laberinto de su inacción, no encuentra el hilo de Ariadna que le conduzca a la salida de un atolladero por el que a los castellanohablantes se les convierte de facto en extranjeros desposeídos educativamente de su lengua y de otros derechos constitucionales”.
Por otra parte, ¿ de qué sirve el clamor de la Ministra de Defensa y la Presidenta de la autonomía madrileña reclamando que el Gobierno tiene que encontrar mecanismos para garantizar la enseñanza del castellano?