A 40 años de aquella crónica anunciada.

 

 

Luís Fernández-Villamea         Periodista, director de Fuerza Nueva                            

«Yo no tuve sufrimiento ninguno tras el 23-F; cumplí órdenes y jamás me asaltó el mínimo reproche personal contra lo que hice allí en aquella fecha»

Me decía no hace tanto Antonio Tejero por teléfono. Le había requerido porque la televisión vasca (ETB) llamó a la Productora que edita AFÁN preguntando por mí tras la conferencia que pronuncié en Cartagena sobre aquel acontecimiento en su 38 aniversario. Trató mis declaraciones con respeto luego de manifestarme que pretendían hablar con una persona que hubiese vivido aquello y que se expresase con objetividad, sin poner «verde» por sistema al protagonista de aquella irrupción en el Congreso. Me sorprendió, pero la verdad es que cumplieron. En ese mismo documento intervino también José Bono, siguiendo su línea histórica de aleluya literaria con balcones al exterior.

Saluda de don Antonio Tejero Molina que envió a nuestra redacción con motivo del aniversario del 23 de febrero.

Ahora estamos a 40 años del hecho. El Rey de Franco dejó de serlo aquel día para convertirse en el Rey de los partidos políticos, que le ponían el bozal para algunos episodios y se lo quitaban para otros, cuando peligraba la nave que puso en marcha un Suárez despechado que, primero, nunca le perdonó la jugada de haberlo arrojado por la borda con su partido, la UCD, y, luego, el «marchemos todos por la senda constitucional» pero sin él, apartado por los ecos de los militares, a los que había engañado con aquel «Sábado Santo Rojo», y por el trajín conspirador de sus antiguos compañeros: «flechas» en unos casos, «meapilas» en otros, «mudados» de casaca y pensamiento en muchos y «aristócratas» de la cultura en casi todos… Pero, eso sí, hijos en su totalidad del más puro y reaccionario franquismo que huían como posesos del sambenito maldito de «fascistas».

 

Y llegamos hasta aquí

 

Aquello, que podía suponer un afianzamiento de la Monarquía, se ha ido deteriorando hasta la extenuación. Ha llegado al punto de que un vicepresidente del Gobierno de dicha Jefatura del Estado arremeta sin medida contra ésta. Y no porque denuncie sus abusos y corruptelas, sino porque quiere escabechinas -así lo han proclamado tanto él como su consorte- tipo La Bastilla o Rusia 1917. La libertad de expresión ha invadido las meninges de los revolucionarios burgueses de nuestros días, que quieren formar su propia casta al margen de la conocida hasta hoy.

 

Toda esta trama ha hecho posible que España se haya quedado sin defensas. Estos 40 años últimos han producido un deterioro constante de la vida nacional. Sus Universidades no alcanzan ningún mérito desde hace tiempo, su economía registra un paro crónico y se ha cambiado de leyes educativas tantas veces como ministros ha habido en el ramo. La televisión ha promovido el escándalo moral más fuerte en muchos de sus programas, dirigidos por auténticos degenerados, que han enseñado maldades de conducta por doquier. Mientras, los obispos han callado como canes mudos y los laicos que nos hemos tirado al ruedo por nuestra cuenta hemos visitado calabozos y Tribunales de justicia en medio del jolgorio de los demócratas oficiales, que siempre se han creído los dueños del negocio.

 

El Rey de Franco hoy está lejos del mundanal ruido. Se trata del coronel que, como en la novela de García Márquez, no tiene quien le escriba, acribillado por culpas adquiridas en decisiones desacertadas pero manipuladas para que su parecido con el bien y la verdad no ofrezcan duda. Hoy ya no tiene solución, cuando la piel de toro se ha convertido en tierra de pobres o de ricos, pero sin clase media que atesore la voluntad, el derecho y el deber de reaccionar. El Ejército ha dado Jefes de los Jefes de Estado Mayor de los tres Ejércitos que se dedican a cuidar el perímetro del chalet del vicepresidente del Gobierno, como un «segurata» de discoteca, y presidentes del Gobierno que van como mendigos por los corrillos europeos solicitando migajas de las que caen en el banquete.

 

Sin solución a la vista

 

Estos días hemos visto las imágenes de la aparente pacífica y festiva invasión de un Parlamento en el Capitolio norteamericano. Se le ha comparado con los de Tejero y Pavía en España. Con la diferencia de que en los nuestros no hubo víctimas y en la cuna de la Democracia hubo 5 muertos, a tiro limpio y sin contemplaciones. Los José Bono de turno que llaman hoy «chulos» a los guardias civiles de entonces mientras ensuciaban sus pantalones y sus rostros reflejaban espanto acollonado, no tienen alcance para comprender que existe otra clase de españoles que, como me decía recientemente el propio Tejero, no ha tenido ningún sufrimiento posterior por lo que hizo, porque estaba seguro de que «seguir órdenes» muy superiores, cuando se mataban cien españoles inocentes por año por capricho «territorial», era lo más indicado cuando se veía que hasta el propio Rey de Franco había errado el tiro al elegir a sus acompañantes.

Con una diferencia: todo ha ido a peor en España, y el envite de aquel teniente coronel de la Guardia Civil, al final, sólo sirvió para que el rostro fúnebre de Calvo Sotelo fuese proclamado presidente sin que, a día de hoy, como me escribía el jefe de aquel operativo en el Congreso el 23-F, «me diera las gracias».

 

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