El Gobierno de Pedro Sánchez se ha debido creer que es el único al que se le ha ocurrido, al mismo tiempo, subir las pensiones, declarar la seguridad social universal, establecer un salario mínimo superior al actual, gravar a los que más ingresan, acoger a todos los que llegan a nuestras costas y no sé cuántas cosas más.

Eso se le ha ocurrido desde la primera hora a todos los que han llegado a La Moncloa, pero que no han estado tan necesitados de “ ofertones “ de este cariz, propios de grandes superficies comerciales en tiempos de “ gangas “. Y es que son de cuidado: material de derribo de múltiples situaciones políticas que han ido mostrando sus cualidades y calidades, sólo con dejarlas circular por el camino de la prosa diaria, del caer y levantarse, de lo que hacen y dicen, de lo que engañan y esconden, de lo que manifiestan y se callan, de lo que prometen y lo que dan, de los calentones dialécticos de noches crapulosas de restaurantes de cinco estrellas y de lo arduo y fatídico de los desmentidos que no se cree nadie…En fin, de un manicomio en régimen de autogestión.

La sonrisa y el buenismo se van a terminar en el instante en que este caballero de la “ tesis fraudulenta “ y propia de universidades con poco arraigo docente, se tenga – sin otra solución- que poner en su sitio y mandar otra vez a la Policía y a la Guardia Civil a Cataluña, pero en esta ocasión, sin contemplaciones.

Fue la República la que irrumpió en el Palacio de San Jaime en octubre de 1934, y no la Monarquía ni la Dictadura de Primo de Rivera; fue el general Batet, amigo personal de Companys, el que situó los cañones ante el portón de la Generalidad, y fueron los republicanos – los de Pedro Sánchez de entonces- los que hicieron correr por las alcantarillas a los Quimtorras de hoy, en medio de un olor fétido que no sólo emitía aquel recinto residual.

No cabe otra salida, porque estos bosquimanos independentistas no van a aflojar nunca en sus exigencias; no son capaces de discernir entre las realidades de hogaño: unidad y diversidad. Interpretan que unidad es robarles, no permitir administrar sus caudales, imponerles el idioma o someterles a horcas caudinas del Cid, de los Tercios de Flandes o de los mismos Tercios heroicos de Montserrat que fueron integrados por ellos y que desprecian por haber caído y combatido por los fueros y por la España unida y en orden.

Pedro Sánchez ya puede vestirse de lagarterana, invocar a todos los dioses paganos, irse de copas a los chiringuitos de su suegro con todos sus socios de ocasión, hasta bailar la sardana o levantar las piernas para un arruesku solemne…Daría lo mismo, porque no le va a librar nadie de verse las caras con esos cabestros intelectuales que gobiernan en la Barcelona de Isabel y Fernando, de Cervantes, de mosén Cinto Verdaguer, de Gaudí, del general Prim, de Josep Pla, de Ignacio Agustí, del doctor Puigvert, de Lluis Santamarina y de mí mismo, que no soy catalán, pero tengo tanto derecho o más que ellos a querer Cataluña para España y no para unos cuantos que la pretenden sólo para ellos.

Y es que Cataluña no es propiedad de nadie, de no ser de todas las generaciones que precedieron a las actuales y que nos recordaba Blas Piñar en aquellos discursos memorables, en los que, aludiendo a Chesterton, proclamaba que, aunque en un referéndum se obtuviera el 95% de los votos, nunca podría ser de independentistas anclados en su reducto inamovible, sino de todos aquellos que vivieron en ella y la hicieron grande en el espacio y en el tiempo.

Por eso, ya puede el actual presidente del Gobierno poner orden en su corral, porque se acercan acontecimientos en los que no tendrá más remedio que aplicar el escalpelo, y ya no tendrá, como tuvo la República, dos generales que le solucionaran las revueltas de Asturias y Barcelona, primero porque él jamás tendrá pantalones para aplicar ese principio constitucional, y segundo, porque las fuerzas armadas no están para estos mandatos tras lustros y décadas de mansedumbre dialéctica y proclamas anticastrenses.

Y como no lo haga, una Cataluña por su cuenta sería – de hecho ya lo es- motivo de guerra civil candente, que es el único problema que le acucia, y que para un gobernante debería ser su única preocupación y ocupación reales. Que no mire al extranjero, que no busque en Quebec ni en Canadá las vías de la solución, entre otras cosas, porque esos países tienen poco más de dos siglos de existencia, y el suyo, más de veinte.

Lo tiene difícil el Doctor Sánchez, pero con orígenes en el período anterior, en el que un meloso y manso presidente estuvo merodeando por los senderos del titubeo y de la prudencia culpable hasta llegar a hoy, donde los enemigos de España saltan como panteras para clavar las garras en el cogote de los españoles. Todos los días, para sostener el tinglado, se inventa algo, y, mientras, el CIS va ayudando con unas encuestas y unos datos que no entran en la cabeza de nadie. Pero el régimen volteriano es así, y todo se gana con unos medios de comunicación en línea. EL voto asegura la verdad, la vida, la justicia, el trabajo y hasta el tiempo metereológico. Menos mal que desde Cuelgamuros brota una oración al Cielo todos los días para pedir por esta España que tanto sufre por la conducta de alguno de sus hijos, y que ese Caudillo allí enterrado va susurrando con sorna gallega, como ya lo hacía cuando presenciaba enfrentamientos entre sus propios ministros: “ Estos políticos… “.

Parecen más cerca que nunca aquellos versos del gran poeta Manuel Machado: “ Con la sombra de tu mano es bastante, ¡Capitán !. Si un día aparece por la Castellana, como en la película de Vizcaíno Casas, hasta Suárez saldría de su tumba catedralicia para vitorearle, y detrás veríamos a Felipe, Aznar y su familia, Zapatero, Rajoy y hasta el Doctor Sánchez con su tesis maldita bajo el brazo para que se la reconociese.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *