No nos equivoquemos por Luís Fernández Villamea

(Periodista, director de Fuerza Nueva)

| Publicado en nuestro Boletín Nº 1 del pasado Noviembre de 2017 |

 

La conocida como “fuga” de Puigdemont no lo ha sido tanto. Analicemos. El secesionismo catalanista ha alcanzado en estos últimos meses sus más altas cotas de desarrollo político, hasta lugares que ni los más levantiscos condados catalanes de la antigüedad hubiesen soñado. Y ese listón no lo podían rebajar ni un solo milímetro. Para ello lo pensaron bien: sabían que un sector importante de su gobierno iba a terminar en la cárcel, así como de su parlamento autonómico, y otro tenía la función de poner en marcha una violenta campaña de agitación y propaganda en el exterior. Y nada mejor en ese sentido que ir hasta el corazón “oficial” de Europa, que es Bruselas, para manifestar la “tiranía” a que está siendo sometido el sufrido pueblo secesionista de Cataluña.

Lo malo de todo esto es el Gobierno de Madrid, que descuida sus garitas en la duermevela y no contrarresta una brutal arremetida universal contra España en la televisión y prensa extranjeras, en las embajadas españolas, en los recintos de poder universales y hasta en las universidades de medio mundo. Y es que se ha creído que con tener el beneplácito verbal de apoyo de la Unión Europea y la afirmación constitucional de unos cuantos mandatarios influyentes aquí se ha acabado todo. No. Para eso precisamente, exactamente, puntualmente, se ha quedado Carlos Puigdemont en Bruselas.

Lo de la presunta fuga, la cobardía, el haber dejado en estacada a los suyos es sólo un invento, para justificar ineptitud y su descuido culpable, del Gobierno de Madrid,que así tapa sus vergüenzas de no actuar en el mundo c los enormes medios que proporciona todo un Estado y c la autoridad que da el ser el primer país de Europa que consigue la unidad hace ya más de cinco siglos.

Todo  esto recuerda, si echamos una visual  al hemerotecas, a aquellos periódicos al servicio de l gobiernos de entonces en la guerra de Cuba. Escribían que España todavía conservaba una flota poderosa y que la emergente nación norteamericana estaba aún con una pluma vertical sujeta por una cinta rodeando la cabeza los apaches. Luego llegó la explosión pirata del “Maine”, las palabras fúnebres del almirante yanki cuando barcos cuerpos flotaban destrozados sobre las aguas de la bahía de Santiago de Cuba: “Qué grandes marinos y qué canalla de políticos”.

 

Y no llevaba pluma alguna sobre su cabeza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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