Hay determinadas guerras o acontecimientos en el mundo que no se quedan en el ámbito local, sino que escalan los muros de lo universal. Pero siempre por algo. Ocurrió con la guerra de España, que nos hemos empeñado en definir como guerra civil, cuando su desarrollo y desenlace arrojó un balance final que los Papas llamaron Cruzada, los vencedores guerra de liberación, los vencidos golpe de Estado e insurrección contra la República y los melífluos y añorantes del rey apócrifo Juan III guerra incivil. Y todos, excepto el último, llevaban razón, porque hasta el mismo don Juan de Borbón pretendió empuñar las armas a favor de los que combatían por Dios y por la Patria. Hoy sigue sucediendo lo mismo, pero en distinto escenario.

Poco antes de comenzar la guerra de Siria mantuve una larga entrevista con el arzobispo católico de Alepo, Jean Jeanbart. Me abrió los ojos para entender el problema, que el reduccionismo que impera en el mundo despacha con el nombramiento urbi et orbi de Al Assad como cruel matarife e impenitente y despiadado criminal. El arzobispo, que conocía bien el percal, me anunciaba, sin una sola brizna de duda y sin haber comenzado el trágico conflicto, que el máximo dirigente sirio iba a resistir. Faltaba mucho para que llegase la ayuda rusa, y la iraní, pero el sacerdote mantenía la convicción de un cristiano que vive en tierra de infieles, más tarde rodeado de las bombas del «fuego amigo» que en teoría iban a liberarlos del tirano.

Me contaba que él residía en un país musulmán, donde el presidente es alauita -una vertiente del chiísmo-, donde los cristianos de distintas confesiones apenas han quedado en un tres por ciento de la población pero donde practicar y propagar la fe en Cristo Resucitado no sólo no es un problema, sino que el gobierno te ayuda a ello con concesiones y ventajas de todo tipo para predicar, levantar escuelas y templos y defender los comportamientos propios de los practicantes del Evangelio. Y después de muchos años de guerra y de asedio, cuando Alepo, la ciudad económicamente más importante de Siria, fue liberada, el P. Jeanbart, que había resistido con los suyos celebrando misa sobre los socavones, los escombros e incluso los caídos de su templo, tan perseguido o más que los fieles de las catacumbas romanas, recibía, junto con las monjas de un monasterio, la visita del «tirano» y su mujer como homenaje y prueba de fidelidad a una creencia y a un país que no fue abandonado buscando refugio sino ocupado por su legítimo derecho a vivir como sirios en su patria y defender sus creencias.

Esto se vio aumentado cuando Putin habló con el Papa Francisco para manifestarle que allí no se estaba combatiendo por un territorio, sino por el porvenir de los cristianos -se refería también a los de la Iglesia Ortodoxa- amenazados en su cercanía por el islamismo «en xebre» -que diría un gallego- que estaba configurándose y actuando en forma de Estado para pasar a cuchillo a toda la humanidad «infiel». Luego vinieron los arrepentimientos de Obama por haber actuado tan a la ligera en la presunta liberación del suelo sirio, y de sus aliados, pero para entonces el yihadismo se había apoderado de la mitad del territorio, los llamados «rebeldes» contra Al Assad no eran más que el protectorado de los nuevos almorávides y benimerines y los turcos aprovechaban para apuntillar al irreconciliable enemigo kurdo. Y al final llegó Trump exactamente igual que sus predecesores en el cargo: pasándose a la ONU por cierto sitio, sin comprobar si las acusaciones de gases mortales eran ciertas y sin el más mínimo conocimiento ni confianza en las actuaciones de su administración, plagada de sospechas de traiciones y corruptelas. Da la impresión de que quiere erigirse en un Reagan, pero sin la clase, la elegancia y la personalidad del antiguo actor de Hollywood.

Este nuevo frente universal, tan lejano para nosotros, lo debemos mirar con los ojos del entendimiento de Occidente y de una civilización bruñida en el cristianismo creyente y civilizador. Los periódicos de las grandes ciudades australianas titulaban en primera plana y a cinco columnas, durante la guerra de España, «Bilbao, liberado», dándole a la noticia el valor universal, sin cálculo de distancia, de lo que representa un hito para el orbe cuando lo que sucede importa a quienes viven y creen en un destino común. No se trata de condenar a primera vista sin realizar antes el TAC necesario para la localización del cáncer y su malignidad.

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